miércoles, 27 de abril de 2011

La Fe es un Encuentro Dramático con Dios


Así empezó José Luis Linares la primera charla de los ejercicios espirituales. La fe es un encuentro dramático con Dios, pero siempre nos conduce hacia la luz, lo cual conlleva un profundo sentimiento de alegría y de esperanza.

Durante los ejercicios espirituales, José Luís nos recordó que el creyente es el que escucha y el que mira. Nos invitó a ESCUCHAR y a VER a Dios en nuestras vidas. Nos interpeló preguntándonos: ¿Qué es lo que te impide ver a Dios y escucharle?, ¿qué es lo que te paraliza y lo que te impide experimentar una vida plena?
Las lecturas del ciego, el paralítico y la muerte de Lázaro, que se han ido leyendo durante la Cuaresma, nos han servido muchísimo para entrar en nuestro interior y poder dar respuesta a las preguntas mencionadas.

La experiencia vivida en los ejercicios espirituales y la lectura de estos evangelios de manera personal y profunda, suscitó en mí la siguiente reflexión, la cual me gustaría compartir con todos vosotros. Es probable que incluso alguno se sienta identificado, también.

Veréis, hay momentos en que las cosas que tengo pendientes, mi pereza, mis complejos... suponen para mí un agobio y éste me ciega y me paraliza. Pero, cuando ante mi debilidad, ESCUCHO a Dios, Él me ABRE LOS OJOS. Hace que relativice ciertas cosas y me centre de nuevo en lo importante. Donde antes había oscuridad ahora hay luz. ¡Qué maravilloso sentimiento! Dios siempre espera que recurra de nuevo a Él. Siempre está conmigo, aunque yo pase tiempo ignorando su presencia. Él me conoce mejor que nadie y sabe cuáles son mis limitaciones. Es Él, nuestro Padre, el que me sostiene y me levanta; pero lo hace sólo cuando yo se lo permito, cuando yo le dejo entrar de nuevo. ¡Cuánto egoísmo hay en mí! Y ¡Cuánto amor por su parte! Un amor que, como es gratuito, lo llamamos Gracia.
En la medida en que experimentamos que somos amados por Dios y creemos en este amor, viviremos nuestra vida cristiana no tanto como un deber que cumplir, sino como una expresión de una respuesta de amor al amor infinito que Dios nos tiene. En la medida en que cada uno se siente inmensamente amado por Dios, puede ser transmisor de este amor a los demás. Pero para ello, necesitamos cultivar una vida espiritual rica que nos haga experimentar el amor que Dios nos tiene.

A veces no os pasa que tenemos buenas intenciones, queremos hacer el bien, sin embargo no lo hacemos. Nos contradecimos. No nos mostramos coherentes. ¿Quién nos libra de esta contradicción?
Por un lado, la oración, la comunicación con nuestro Padre, donde encontramos la fuerza para vencer las propias debilidades y superar toda adversidad. Dios sabe que somos débiles y que no siempre actuamos de acuerdo con lo que Él espera de nosotros. Por eso dio a sus apóstoles el don de perdonar.
Por otro lado, tomar a Jesús como modelo a seguir. El primer gran sacramento de Dios fue Jesucristo; y viéndole a Él, vemos al Padre. Jesús es el signo visible de Dios entre nosotros y con nosotros, y se hace realmente presente en la Eucaristía. La Eucaristía no es una obligación, es una necesidad. La palabra de Dios es el pan de VIDA, que entra por los ojos, por los oídos y penetra en el corazón de los oyentes.

¿Cuánto tiempo dedico yo a la Palabra para contrarrestar el palabrerío exterior? ¿Cuánto tiempo dedico a alimentar mi VIDA? Nos increpó José Luís Linares.

La comunidad de creyentes debe escuchar la Palabra y proclamarla, viviendo la común-unión del amor, y sirviendo a los demás. El pan se parte, se comparte y se reparte. ¡Qué hermoso saber que no somos creyentes aislados!

Seamos conscientes que la frase que se dice al final de la celebración de la Eucaristía: “Podéis ir en paz” es una invitación a ponernos en marcha y anunciar con nuestro ejemplo y en nuestra vida cotidiana la Buena Nueva de la Palabra escuchada. ¡Hoy más que nunca necesitamos CREYENTES-CREÍBLES!

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